sábado, 9 de octubre de 2021

Kirguistán


Ruta: Korday - Bishkek - Karakol (lago Issyk Kul) - Bishkek - Osh - Kyzyl Art Pass (frontera tayika).

Recuerdo, afortunadamente, nuestro paso por la aduana kirguisa como un sencillo trámite, sin exhaustivos registros o el excesivo papeleo que puede convertir la burocracia en una absurda odisea. Mostrar un par de veces el pasaporte, dedicarle una sonrisa a la cámara de un funcionario y estrecharle la mano al último guarda tras una breve conversación, éso fue suficiente. Voy a reproducir el diálogo: Guarda - "De donde sois?" Nosotros - "Barcelona" - "Oh, Barcelona fútbol" Hasta aquí la parte más previsible y reiterativa en todos los paises visitados, hasta que de pronto, para nuestra sorpresa, clama en un catalán depurado el lema blaugrana: "Més que un club" y con orgullo nos muestra una imágen de la bandera culé en su teléfono movíl. No pude reprimir mi risa y aunque el tema fútbol no me interese demasiado en realidad (Jordi es mucho más fanático que yo) aprovechamos la circunstancia de que Messi, nuestro principal embajador, volviera a abrirnos las puertas. Ya en territorio kirgu8s, nos apresuramos a cambiar los tengues kazajos restantes por soms, pues estaba anocheciendo y a punto de cerrar las oficinas, hambrientos y cansados, precisabamos una recarga energética con que aliviar el malestar físico acumulado. Una vez armados de capital, recorrimos los 20km restantes Korday- Bishkek, colmados de colmados, valga la redundancia, cuyos letreros iluminados, resplandeciendo en la oscuridad, como el más persuasivo reclamo, no dejaron de sugerir nuestra demanda alimenticia hasta que, pese a haber planeado quemar nuestros últimos cartuchos llegando directamente a Bishkek para establecernos lo antes posible, finalmente sucumbimos haciendo una parada intermedia. Ya satisfecho el cuerpo, nuestra marcha, paso a ser un placentero paseo dominical y disfrutando del trayecto, en la inconsciente brevedad de la dicha, en un santiamén, nos habíamos plantado frente a la señal de bienvenida a Bishkek. Aquella noche, tras mucho deambular por sus calles al acecho de alguna pensión, la pasaríamos en lo que a juzgar por la sinfonía coral de los distintos y frecuentes gemidos que, indiscretos, susurraban la amorosa intimidad de las solapadas alcobas, parecía un motel de citas. No obstante, el agotamiento supo acallar las interferencias, devolviéndole la serenidad al espíritu y acabamos durmiendo como lirones. Al amanecer bajo un sol espléndido, como el que luce simbólicamente en su bandera representado por una yurta (tienda de orígen mongol con la que los nómadas de Asia central cubrían sus largos desplazamientos) con 40 rayos, los 40 clanes kirguises congregados por Manas, el héroe nacional, para librarse del asedio uygur, ya nos hallábamos en plenas facultades para dedicar la atención que todo descubrimiento merece. Ante nosotros, la enorme rejilla rectangular del centro de la capital kirguisa, nos invitaba a escudriñar en ella. Las primeras impresiones referentes al urbanismo, indicaban que una vez cubierta su funcionalidad, las viviendas y edificios institucionales, inscritas entre las abundantes zonas verdes, no presentaban mayores aspiraciones estéticas. Generalmente de planta baja, debido al riesgo sísmico, las casas con regatas al descubierto, cables colgantes o cimentadas fachadas sin pintar, como cicatrices, a menudo mostraban las heridas padecidas durante un proceso de construcción, que parecía concluir repentinamente una vez procurados los suministros básicos. Quizá, pensé, dentro de la simplicidad consideraran el maquillaje urbanístico como un derroche innecesario o incluso, por extensión está fuera una cultura que lejos de la ostentación se centraba en satisfacer una austera, aunque bien provista subsistencia. Me agrada la idea de no empezar la casa por el tejado, de priorizar la necesidad al lujo y en definitiva, de ser antes que parecer. Al hilo de mís pensamientos, observe también, en consecuencia, que pese a los modestos modos de vida, la ausencia de mendicidad, seguía evidenciando cierta seguridad en la supervivencia. Como decía Nietzsche  "es mejor suprimir a los mendigos, pues molesta tanto darles, como no". A menudo, en el primer mundo, aún sin poder combatirla, olvidamos empatizar, con esta lacra del sistema capitalista, producto de la especulación de recursos, sin ser conscientes de que entre los caprichosos virajes del destino, en el mar de la existencia, nuestro pequeño bote, como el suyo, también pudiera naufragar y en ese caso, como no anhelar un rescate a la deriva. En fin, volviendo a Bishkek, seguimos recorriendo las anchas avenidas que conducían a sus escasos y sobríos atractivos turísticos, tales como la Casa Blanca o los bazares de Osh y Dordoy, que no consiguieron atraer mi mirada, la cual espontáneamente se perdía más allá de los monumentos y edificios gubernamentales, entre las nevadas cumbres de la sección montañosa de Ala Too, perteneciente a la cordillera de Tian Shan y ubicada a unos 40km de la ciudad. Los dos días siguientes fueron de una sedentaria rutina en que el tiempo junto al dinero volaba entre hostales y comida rápida, en aras de un merecido descanso. No obstante, pronto haciendo cuentas, comprobé estupefacto la urgencia de retomar cuánto antes la más estricta austeridad. Literalmente, tocaba volver a apretarse el cinturón a fin de ahorrar lo suficiente para continuar. Entonces dentro de un régimen ascético propuse reunir los víveres necesarios para la acampada en algún apartado lugar pues aún debíamos permanecer en Bishkek hasta la obtención del vísado indio. Según nos habian informado en la embajada, debíamos esperar aún un fin de semana hasta que el próximo lunes pudieran  atender nuestra solicitud. Decidimos aprovechar la espera para visitar el lago Issyk Kul, segundo lago de montaña más grande del mundo, tras el Titicaca y fuente de inspiración de numerosos artistas locales. Por la documentación recibida, los dos principales puntos de acceso eran las ciudades de Balykchy y Karakol, ubicadas al este de Bishkek, siendo Karakol, pese a su mayor lejanía, por su belleza, el destino más recomendado. Al tratarse de una visita dispersa en relación a nuestra futura ruta hacia el Sur (Osh- Sary Tash- Pamir Kirguis) acordamos cargar nuestras bicis en marshrutka para los 340km de aproximación. Tras sortear la picaresca de los conductores en el habitual regateo, como en un juego de póker, en que uno no debe jamás mostrar sus cartas y cualquier mirada pudiera delatarlo, finalmente obtuvimos un precio más que razonable de acorde a nuestra foránea condición. El largo viaje se demoró unas 6h, en las que de paso comprobamos como Balykchy, el primer punto de acceso a Issyk Kul, se ubicaba en un enclave árido, poco atractivo y por tanto había sido un acierto descartarlo. Por el contrario, Karakol a nuestra llegada, quedaba enmarcado entre la bonita estampa que configuraban las verdes tonalidades de las abundantes zonas ajardinadas, a los pies de las pálidas cimas de Tian Shan que de acorde a su significado (montañas celestiales) colábanse junto a las nubes entre el azul celeste. Tal como había podido leer durante el trayecto, a escasos 20km en ligero descenso, iban a reflejarse con nitidez sobre las aguas turquesas del lago. En la guia, además se destacaban dos rasgos característicos en esta región, concretamente el ASHLAM FU, un plato típico de marcada influencia china a base de tallarines, carne de caballo y una salsa avinagrada y una más que reprobable tradición, según la que algunas mujeres kirguisas eran secuestradas a la fuerza y obligadas a contraer matrimonio. Dado que empezaba a anochecer, preferimos catar el manjar y dejar para el día siguiente nuestra visita al lago. El plato, depositado en boles, desde una pequeña mesa con cazuelas que contenían los ingredientes necesarios para su elaboración, era servido en una especie de comedor social, en el que los vecinos se habían congregado para saborearlo. Por primera vez desde tiempos inmemoriales, el precio irrisorio de tan sólo 30 soms por esta exquisitez hizo que, sin preocupación alguna, pudiéramos repetir hasta la saciedad. Esa noche la pasamos en una sencilla Guest House de Karakol y al alba tomamos una carretera que en la lejanía parecía estamparse entre los muros de Tian Shan a los pies de los que supusimos debía hallarse la orilla más próxima del lago. En el camino, poco antes de llegar nos cruzamos con un entrañable pastor que, a petición mía, nos dejó retratarnos junto a su rebaño, incluyendo a un tierno corderito al que sostuvimos en brazos. Ambos, el animal y yo, nos estremecimos, aunque por emociones distintas. A mi me invadía su dulzura, a él probablemente el desconcierto. Escasos metros en adelante, en efecto pudimos contemplar las primeras zonas encharcadas conectadas al lago y sombreadas por los colosos de nieve y roca. A medida que íbamos explorado su ribera, la superficie acuosa aumentaba en amplitud y empezamos a buscar el lugar más apropiado para nuestro primer baño. Entonces, en el horizonte asomaba la fotogénica silueta de un jinete al que nos dirigimos atraidos por su misterioso influjo. El caballero en cuestión se trataba de un niño de rasgos puramente kirguises, reposando meditativo, como las serenas aguas, sobre su corcel. De más cerca la silueta paso a convertirse en un asombroso plano, en que como ángel guardian, el muchacho quedaba perfectamente integrado entre el cielo y la tierra. En adelante podía intuirse una pequeña playa, parcialmente oculta entre matorrales, en que gozamos del placer de sumergirnos entre la fluida transparencia de las aguas, cuya superficie como nuestra aterida piel, dejábase acariciar por la agradable calidez solar. Deberían recetarlo, tal era la calma que este lugar producía que sino hubiéramos tenido que atender en breve nuestros exigentes compromisos burocráticos, de buen grado hubiera permanecido largo y tendido, fundido sobre la fina arena. Desgraciadamente, toda dicha es efímera y por responsabilidad, ya habia llegado la hora de regresar a Bishkek. De nuevo en la capital, esperando frente a la embajada india a que Jordi realizara unas consultas, conocí a un par de ciclistas kirguises quienes atraídos por nuestras bicis aparcadas se acercaron a curiosear. Como dijo un buen amigo mío, los desconocidos son sólo conocidos por presentar. Asi, que aún no puedo dejar de agradecer el cúmulo de circunstancias previas que propiciaron este encuentro, con quienes iban a ser nuestros hermanos, en lugar de dos cuerpos más, entre el gentío, cruzándose con indiferencia. Desde el primer momento, fuimos adoptados por Uli y Ermek, asi se llamaban, en el seno de sus respectivas familias. Ambos se complementaban constituyendo la pareja perfecta. Ermek era la diplomática sonrisa, la palabra adecuada, la sutileza cultural del más teórico intelecto y Uli por el contrario, mucho más taciturno poseía una inteligencia más manual y la capacidad de conmover con actos. Fue precisamente él quien sorprendentemente antes de despedirnos, me entregara como presentes, un osh komuz, pequeño instrumento de vibración kirguís, contenido en  una cajita con una inscripción dedicada y un Kalpak, el extravagante sombrero nacional. Más tarde conociendo a Aynara, su hiperactiva madre, comprenderíamos el motivo de su mutismo. Pues ella, con creces, era capaz de hablar por los dos, acompañando su incesante monólogo de una divertida expresividad gestual, que por suerte, amenizaba la escucha. No obstante, de forma abrumadora ambas familias se convirtieron en nuestro genio maravilloso. A buen entendedor pocas palabras bastan y con sólo comprender cualquier demanda, automáticamente se esmeraban en satisfacerla de inmediato. De modo que en cuanto percibimos que nuestros deseos eran prácticamente órdenes, empezamos a evitar expresarlos abiertamente a fin de no comprometerlos en exceso. Nos cobijaron, alimentaron, repararon nuestras bicis, lavaron nuestra ropa, nos mostraron su ciudad, pero sobre todo nos brindaron su excelente compañía, hasta que finalmente obtuvimos el visado indio y con él en mano emprendimos con entusiasmo nuestra mayor aventura, rumbo a Osh, la capital del sur e inicio de la M42, la carretera del Pamir. De nuevo, a fin de reservar energía para el plato fuerte, optamos por una aproximación en marshrutka. El traslado de 650km en unas 10h fue especialmente entretenido, pues esta vez hicimos migas con nuestros compañeros de viaje, mientras en un subidón de adrenalina, permanecíamos constantemente en vilo cuando nuestro intrépido conductor competía, como en un rally, junto al resto de vehículos en la carretera. Pese al desacuerdo, no quedo más remedio que confiar ciegamente en su pericia. En cuanto al trayecto en sí, a destacar nuestro paso por el precioso lago de Torktogul, en que sino hubiera sido por las prisas, nos hubiera encantado detenernos a contemplar el paisaje y también por la localidad de Naryn, donde unos niños nos vendieron, como golosinas, unas agrias raíces que ellos mismos habían recolectado.
Llegamos a Osh de madrugada, acampando sin saberlo en una finca privada a las afueras, aunque al despertar, lejos de cualquier reproche el dueño de la tierra vino a darnos la bienvenida con unas tazas de té y unas hogazas de pan. Realmente, un privilegio levantarse de esa guisa y para colmo, la buena racha de hospitalarias acogidas aún se prolongaría mas a nuestra entrada en la ciudad. Asi fue como preguntando por el paradero de la montaña sagrada de Suleyman, unico lugar en Kirguistán reconocido patrimonio de la humanidad por la Unesco, fuimos invitados por un colectivo de ancianos, musulmanes suníes, a unas tazas de té y a catar unas delicias locales. A continuación, habiendo repostado lo suficiente, aparcamos nuestras bicicletas a la entrada del recinto y nos encaminamos por unas inclinadas  escaleras hasta la cima de este concurrido centro de peregrinación. El complejo constaba de un museo arqueológico empotrado en la propia roca, poco despues de la abanderada cumbre- mirador y de una gran mezquita suní a los pies de la montaña. Siendo ésta una vulgar y acotada representacion natural que habían creado, como los contenidos parques, para una mayor accesibilidad pública, otorgándole como reclamo connotaciones divinas, me conforme con deleitarme con las vistas de Osh, una ciudad de discreto atractivo urbanístico, más alla de las que nuevamente se alzaban, lejos de la popularidad, las majestuosas cimas de Tian Shan. Secretos encantos los del más remoto anonimato. Gracias por las distantes tierras vírgenes apartadas de la devastadora huella humana. Tras la muchedumbre agolpada, la cordillera del Pamir, símbolo de la pureza, nos aguardaba. Una tierra que como sigilosos huespedes atravesaríamos, con el debido respeto, escoltados por el griterío y la inocente sonrisa de los niños que como alegres mariposas acudían revoloteando alrededor, cuya gratitud por nuestra mera presencia, colmó nuestro espíritu hasta que ya desvanecidas sus pueriles voces dentro del mas impenetrable silencio, tras la encrucijada de Sary Tash en que por primera vez en nuestras vidas pudimos contemplar maravillados a una manada de yaks (localidad kirguisa que hace de puente tanto a China por el Torugart Pass como a Tajikistan por el Kyzylart), coronariamos nuestro esfuerzo al alcanzar el Kyzyl Art Pass, un puerto de 4290m, ubicado justo en la frontera tayika, siendo éste el punto máximo al que podíamos acceder sin un nuevo vísado. No sin antes detenernos al recibir una invitación a té y torradas a untar con mantequilla de yak, por parte de una pareja tayika, que residía aislada de la civilización junto a sus 3 retoños a más de 4000m de altura sobre el nivel del mar. Recuerdo que su afable semblante encandilaba y era el vivo reflejo de la pureza de esta tierra. En el interior de su vivienda, una caldera, unos juguetes para los niños y un telar con que entretenerse tejiendo los vistosos mantos que decoraban las estancia. He aquí otra receta de la simplicidad en que se cumplía la regla inversa: ¡cuánta generosidad dentro de la escasez material! Por más que quisiera jamas lograría imaginarme la dureza de su invierno y sin embargo, para mi asombro, la vida se aferraba como una lapa, incluso a las condiciones más adversas. Lo que confirmaba, como dijera Thoureau, que al margen de lo comúnmente considerado necesario, existe la evidencia de que hay tantos caminos como radios pueden trazarse desde un centro, es decir, infinitos. Por otra parte, regresando a la ruta, durante la ascensión, éstas fueron las  sensaciones que volverían a remitirme a un antiguo escrito mío: "Los largos tramos que en mi ascensión recorro con esfuerzo, serán meras pinceladas cromáticas de la panorámica global que a mi paso creo. Ayúdame nueva visión a redimensionar mi vida a su justa medida y a tomar consciencia de mi prescindible e insignificante existencia. Pues no soy más q una remota estrella, dentro del vasto firmamento y mi luz brilla intermitentemente, ahogándose en la penumbra cósmica. Huésped que la montaña acoge amablemente en sus entrañas, deseo avanzar con sigilo, renovando mi materia pretenciosa y desconsiderada, a cada bocanada del aire puro que me envuelve acariciándome como un sedoso manto".  Al termino, regresamos a Osh como polizones entre los sacos de lana cargados en la cabina descubierta de un camión, cuyo conductor se ofreció a transportarnos. La sensación de libertad fue absoluta mientras, acolchados, observábamos bajo las estrellas como una glotona media luna, al más puro estilo Pacman, parecía engullir la sucesión de nubes que le salían al paso. Ensoñación que terminó con la cegadora luz de una linterna en un control policial. Lamentablemente, habían comenzado las normas. Mostramos nuestras credenciales y recuperamos la maltrecha libertad. No cabe duda que irónicamente viniendo de lo más "salvaje" ya habíamos regresado a la "civilización". Finalmente, tras desandar en marshrutka el camino hasta Bishkek, fuimos a despedirnos nuevamente de nuestras familias de adopción. Haciendo balance de lo acontecido aquí, debo admitir que este país me ha conquistado y que por tanto, esta vez dentro de la certeza de que a buen seguro volveré, partire hacía mi aventura india con un prudente: ¡hasta luego Kirguistan!

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