martes, 4 de enero de 2022

Georgia


Ruta: Ajaltsije - Tiflis - Stepantsminda (Kazbegi) - Tiflis - Kutaisi - Ushguli - Tiflis - Rustavi.

KAZBEGI

Madrugué temprano y aún a oscuras, abandoné temporalmente mi estancia en Tiflis todavia con el alba rezagada, adormilado aunque despierto en mi sueño, pedaleé con determinación hasta la plaza Didibe, ubicada a unos 3 km, para reservar a tiempo alguna de las plazas disponibles en la marshrutka (furgoneta local destinada al transporte de pasajeros) destino Kazbegi (actual Stepantsminda). Después de negociar el precio acordamos que pagaría 10 laris por mi y 20 más por mi bicicleta, lo cual para un turista en Tiflis es más que razonable. Conmigo viajaban multitud de pasajeros georgianos que tras los recados solventados en la urbe regresaban a sus pacíficas viviendas rurales. Entre ellos, a mi derecha, un gran devoto que se santiguaba un par de veces cada vez que a la vista aparecía alguna iglesia, lo cual dada su proliferación sucedía bastante a menudo. El trayecto fue muy entretenido entre bruscos virajes para esquivar los rebaños que cruzaban la carretera, baches al atravesar los socavones sobre el asfalto, angostos pasos en que previamente había que acordar la prioridad con los vehículos que circulaban en dirección opuesta e incluso un entierro, en el que los habitantes del pueblo invadían toda la calzada portando a hombros el ataúd destapado que mostraba a la luz el rostro de una anciana difunta. De esa guisa, alcanzamos nuestra primera parada en pleno puerto escarpado, custodiados por las majestuosas montañas del Cáucaso y junto a un pequeño mercadillo de productos autóctonos, tales como txurchxelas, sombreros georgianos y unas bolas de lana cuya utilidad y nombre aun no he podido determinar. Aproveché para tomar el aire y deshacerme del mareo que el traqueteo y las curvas me habían provocado. Poco antes de alcanzar nuestro destino, Pua, el chófer, quien también reside en la localidad y cuyo carisma evidencian los constantes saludos recibidos, se dedicó a proveer los envíos de recados solicitados por los aldeanos, que de este modo subsistían afrontando el aislamiento. Así pues, había que aguardar las escalas en que Pua detenía su marshrutka para entregar un saco enorme de pan en una vivienda, un televisor en otra e incluso 2 pesados electrodomésticos que quise ayudar a descargar.

Cuando finalmente llegamos al centro urbano, justo al apearme Vasili, el dueño de un albergue a escasos 100m vino a ofrecerme sus servicios: 15 laris por noche (30laris con cena y desayuno incluidos) en una habitación compartida con unos turistas polacos y un ruso. Aunque venía con la idea de acampar junto a la iglesia de Gergeti Sameba esa misma noche, ya se había hecho demasiado tarde para la ascensión y el clima no era el más adecuado como ponían de manifiesto las densas nubes que impedían la visión del Monte Kazbek, motivo principal de mi visita. Además Vasili me tranquilizó avanzándome que el pronóstico meteorológico para el día siguiente, mucho más esperanzador, era de un día soleado en que de buena mañana en un cielo despejado, ya se habria corrido el telón para disfrutar desde ese mismo punto de las vistas al monte en segundo plano, tras Gergeti Sameba. Opté pues por las ventajas que la espera me ofrecía y ocupé una cama/ litera en el albergue. En él, conocí a un grupo mixto de montañeros polacos que habían venido a explorar la zona y posteriormente a ascender la cumbre del Kazbek y también a Kyril, un chico ruso aficionado a la guitarra que habiendo llegado aquí con sus padres, cuando ellos decidieron marcharse, prefirió quedarse algunos días más. Aunque ninguno de nosotros dominaba el inglés, nuestro idioma común, todos arrimamos el hombro para el entendimiento y enseguida conseguimos congeniar, sobre todo con Kiryl, con quien pasé toda la velada rasgueando por turnos su guitarra y charlando, hasta que la esposa de Vasili, fría y distante, nos sirvió una humeante cena a base de ginkali (una especie de galets enormes rellenos de carne), salchichas, patatas fritas, queso de variedad agria (como aderezado con limón y vinagre) y de postre, unas barritas de galleta con chocolate. Alex, un amigo georgiano en Tiflis, ya me había recomendado el Ginkali con anterioridad y lo cierto es que no me defraudó. A continuación, yo, Kiryl y uno de los muchachos polacos rematamos el día, escuchando las canciones que cada uno iba seleccionando desde mi ordenador, hasta que la misma música a modo de sonajero fue induciéndonos el sueño.

Al amanecer, me despedí de Kyril y Vasili,el casero y me encaminé a visitar y retratar los rincones más bellos y emblemáticos de Kazbegi, incluyendo su iglesia, la estatua del ilustre personaje Alexander Kazbegi, que da nombre a la localidad y la espléndida perspectiva del Kazbek, observado a su vez desde una atalaya inferior por la silueta de Gergeti Sameba, iglesia que corona la colina que había planeado ascender. El perfecto cono de este antiguo volcán extinto combinado con Gergeti Sameba creaba un halo místico que me sobrecogía, de tal modo que la hipnótica belleza del tándem espontáneamente acaparaba toda mi atención. Cuando por fin conseguí apartar la mirada, fui a un colmado local a aprovisionarme para la acampada y crucé el puente sobre el río que separa Kazbegi de la vecina Gergeti, a las faldas de la homónima Sameba.

Justo en la entrada de Gergeti me adentré en un bosquecillo en el que anduve brevemente observando a un rebaño de vacas beber de los arroyos y jugueteando con una camada de preciosos cachorros de perro, que como yo, también andaban retozando alegremente por los alrededores.

A continuación, sin mas dilación, me decidí a afrontar el ascenso. El camino de tierra irregular, serpenteaba por un pronunciado puerto de 7km en que fui arrastrando mi bici a pie, en ocasiones resbalando con el hielo incrustado, mientras me cruzaba con algún que otro turista y vehículo 4x4 que iba o volvía de Sameba. Al llegar a la planicie donde se erige, las fuertes rachas de viento me empujaban por la pradera, haciéndome dudar sobre si en tales condiciones fuera adecuada la acampada. No obstante, me pudo el deseo de amanecer en tan privilegiado enclave natural. Así que, consciente de la brusquedad de los cambios meteorológicos en alta montaña, me dispuse con premura a plantar mi tienda, que iba a ser la base de mi protección nocturna.

Una vez dentro, a las pocas horas se desencadenó una despiadada tormenta de nieve, los copos repicaban sobre la tela que el viento furioso sacudía con violencia. Enseguida mi ropa de abrigo se hizo escasa y empecé a tiritar. La suerte estaba echada y ya no quedaba otra que permanecer allí, preso de las inclemencias, en espera de alguna improbable oportunidad de escape. A fin de distraer mi mente, puse música desde mi ordenador, lo que logró motivar la ilusión de acelerar las manecillas del reloj, hasta que de repente recibí una visita inesperada. El hocico de un perro asomaba por el hueco inferior de mi tienda. El animal estaba aterido, cubierto de nieve y tiritando al no haber podido encontrar donde guarecerse en plena tormenta, así que de inmediato accedí a cobijarlo. Pensé en que el favor sería mutuo en realidad, ya que el contacto con este animal de sangre caliente, también a mí, me iba a proporcionar el calor que tanto requería. Efectivamente funcionó, tanto física como anímicamente, su cálida presencia logró mitigar mi espíritu hasta el punto de abstraerme de la comprometida situación, cuando de pronto, otro hocico comenzó a husmear desde afuera en el interior de la tienda. Se trataba de un nuevo perro, más pequeño y de apariencia mas vulnerable que el anterior, también muy castigado por el frio extremo y la humedad. Así que, pensé que donde caben dos caben tres y también a él le abrí las puertas de mi humilde morada. Ahora el espacio, si cabe, se había reducido considerablemente y en las horas que restaban aguardando el amanecer ya no era posible siquiera estirarse, quedando el sueño descartado por completo, mientras en una suerte de juego de enredos, los tres en vano nos retorcíamos tratando de hallar la posición más cómoda.

Las últimas horas de noche parecieron transcurrir con mayor lentitud, cuando por fin la ansiada luz del alba comenzó a filtrarse y llegó el momento de abrir la cremallera de la tienda para salir al exterior. Entonces, pude comprobar estupefacto como no solo la nieve había borrado el camino, sino que además su considerable manto de espesor acumulado me cubría hasta las rodillas al caminar, por lo que pese al estado de gravedad era preferible descender de inmediato ante la amenaza de que alguna nueva nevada, como un alud, acabara por sepultarnos del todo. Sin apenas tacto en los dedos, a pesar de los gruesos guantes de invierno, en un periquete desmonté la tienda, recogí todas mis pertenencias y bici en mano, comencé con el titánico esfuerzo de abrirme camino entre el recién estrenado polvo de nieve virgen al descender. Algo confuso, a fin de orientarme tuve que intuir la dirección adecuada gracias a la separación que dejaban las hileras de árboles entre sí, manifestándose como la única propuesta de accesibilidad posible entre las colosales montañas. Los perros, en adelante, parecían guiarme entusiasmados, mientras sus avanzadas huellas a su vez hacían el terreno mucho más practicable. A medio descenso, el sol despuntó por completo entre las nubes, abrigándonos e iluminando el fascinante paisaje que por motivos distintos, entre la fatiga, la esperanza y su belleza, volvían a robarme el aliento. Esta vez, la vista gozaba de una magnífica panorámica de Kazbegi, que al mismo tiempo que dotaba de energía a mis fatigados pies, también como alivio pasajero, los forzaba a detenerse para contemplar. Son instantes de eternidad, aquellos en que la mera presencia colma de vida la existencia sin necesidad de motivos. ¡Vacío el pensamiento y lleno uno, cuando simplemente siente ser! Resulta paradójico que aquellas cosas que nos quitan el aliento, en ocasiones sean las mismas que nos lo hacen recobrar, pues como el agua el cuerpo, sólo un ardiente sudor sabe como refrescar al alma. En definitiva, otra aventura extrema, tan extenuante como extasiante, que difícilmente olvidaré jamás.


GASTRONOMIA GEORGIANA

Experimentando nuevos placeres al descubrir los sabores y texturas de la rica gastronomía georgiana. Es estupendo seguir explorando también las vías del paladar, sobre todo en estas condiciones. Por cierto, todo lo que veis por tan solo 6 €.

Aún tengo una asignatura pendiente, la cata de vino, pero en breve lo resolveré y os cuento.

Lo que se muestra en la foto es, en concreto:

TKALAPI: Una fina oblea con sabores afrutados a elegir. Yo me he decantado por la uva, dado el prestigio internacional de la cosecha y los vinos autóctonos.

LOBIANI: Una empanada circular, en este caso rellena de carne de cordero picada.

CHURCHXELA: Dulce alargado relleno de nueces.

CHIVI: Dulce alargado compuesto de manzanas deshidratadas y espolvoreadas por un ligero toque ácido similar al sidral.

ACHARULI XACHAPURI: Empanada con huevo frito en el centro, en forma de ojo.

KHADA: Dulce de hojaldre relleno de azúcar y crema, en forma de rombo.


HABITACIÓN EN TIFLIS

En mi habitación de Tiflis, un remanso de paz en el que convivo con una hospitalaria y sencilla familia georgiana compuesta por una madre soltera y sus dos pequeños retoños. Estos días me he tomado al pie de la letra el viejo refrán de: "tranquilidad y buenos alimentos". No obstante ha sido también un descanso activo en que he aprovechado, tal como había previsto, para diseñar una web que pronto subiré a la red, recuperarme por completo física y mentalmente, para reparar o reponer el material dañado y sobre todo reflexionar lo suficiente como para darle sentido, enfoque y una correcta planificación a mi futura ruta. Ya con los deberes hechos, me siento motivado y listo para continuar, aunque aún deberé permanecer a la espera, cálculo que un par de semanas más, para la llegada de mi compañero. Tiempo en que aprovecharé también para visitar la región caucásica de Kazbegi, acercándome a Stepantsminda, justo al límíte de la frontera con Rusia, pueblecito de montaña más cercano al Monte Kazbek (antiguo volcán de 5047m, la segunda cumbre más alta de Georgia tras el Monte Shkara en Svaneti y a su vez una de las más elevadas de Europa). Siempre me ha fascinado su imponente vista desde las inmediaciones de la iglesia georgiana de la localidad, por lo que he decido incluirme yo mismo en esa soñada postal para seguir sintiendo la auténtica realidad de mi imaginación. La foto que adjunto ahora es sólo el lejano esbozo que me mueve, la que me enmarque tras la experiencia, meras pinceladas de un directo insuperable. Las mejores escenas se captan siempre desde el interior, grabadas en ninguna otra parte con igual nitidez. Efímera es, en efecto, la experiencia y sin embargo, su magia radica en que uno puede evocarla a su antojo, bebiendo de ella, cada vez, que su espíritu tenga sed. Al volver la vista atrás, se percibe que siempre fueron fugaces instantes los que variaron el rumbo de vidas completas. Por lo que, en el fondo, luchar por conquistarlos, es justamente empezar a construir los cimientos de nuestro deseado destino


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