martes, 4 de enero de 2022

Albania

 

Ruta: Muriqan - Bar- Pecunice- Vladimir- Sukobin- Schkoder- Tirane- Elbasan- Pogradec- Bilisht.

ALBANIA

Nicola y yo salimos juntos de la pension de Bar rumbo a Albania, tomando un atajo por los pueblos rurales montenegrinos del interior, abandonando ya nuestra querida Costa Dálmata. De esa forma, nos ahorrabamos 20Km de rodeo a cambio de una breve cuesta inicial. A medida que nos íbamos acercando a Albania, los pueblos iban cobrando un caliz cada vez más exótico. Mujeres con un pañuelo blanco arando sus tierras, cazadores de atuendo militar y animales sueltos como perros, vacas, gallinas, caballos, burros e incluso un cerdo, se iban cruzando en el camino. Tras tener que reparar un pinchazo en Sukobin, a consecuencia de algun objeto punzante entre la basura acumulada o del mal estado de la resquebrajada carretera, cruzamos por fin la frontera hacia Albania y ya en el primer pueblo la gente nos saludaba y sonreía con desmesura. Los niños acudían en masa a chocarnos las manos y nos adelantaban infinidad de coches de alta gama, sospecho que algunos comprados a base de dinero sucio, que atravesaban con indiferencia la miseria de su pueblo. Albania es un país en obras, aplazadas indefinidamente, donde todo esta a medio construir, pero no se ven operarios atareados. Aquí se respira abandono y dejadez. Basura por doquier, viviendas destartaladas y bunkers camuflados en las laderas, enturbian un hermoso paisaje natural que en vano pugna por sobreponerse a tanta destrucción. Sin embargo, existen recodos que por su belleza y similitud podrian pertenecer a los Alpes Suizos, sino fuera porque en este caso la marca humana impresa los desmerece. A continuacion, descendimos al Castillo de Rozafa, muy cerca de Shkoder, tras cruzar el puente elevado sobre un rio, donde se agrupaban pescadores con caña, que previamente habian sujetado sus redes sobre las mismas columnas del puente. Por encima, altos picos nevados con fantasmagoricas formas, rodeaban el valle fundiéndose con la palidez de las nubes. Me hubiera encantado poder visitar Shkoder, pero Nicola que tenia más prisa, decidió tomar la directa y tuve que seguirlo para no perdernos. Notaba que estaba desaprovechando mi ruta, pasando sin pena ni gloria por un nuevo pais que ansiaba conocer y Nicola, que tenía una larga etapa programada, no tenia intención alguna de detenerse a contemplar. Ante tal disparidad ritmica y conceptual, inequivocamente había llegado la hora de separarnos. Entonces, tras su partida, comencé de nuevo a apreciar el panorama, observando cada detalle con la atención requerida y a retratar lo más conmovedor y anécdotico que me salía al paso. Sé podria decir que durante un breve periodo, por compañerismo habia renunciado voluntariamente a mi libertad, hasta que dejó de compensarme. No siempre resulta fácil compatibilizar una ruta común, ya que cada persona responde a un ritmo y unas necesidades distintas. De cualquier modo, en aquellas circunstancias, agradecía la soledad por la independencia que me brindaba. Volvía a ser plenamente consciente y a formar parte activa de cuanto me rodeaba. Había recuperado la presencia. Cada vez que me cruzaba con algún ciclista o motorista, nos dedicabamos algún gesto de saludo. Los peatones solían hacerme detener para conversar. La carretera rebosaba vida, plagada de puestos de venta ambulante de productos agrícolas autóctonos y animales domésticos, sobre todo gallinas y pavos, seguramente destinados a hacer las delicias de las mesas navideñas. En Lezhe, unos niños que despues ví hurgar en la basura, me pidieron algo para comer. Se me partio el alma y no pude mas que entregarles unos de los dos paquetes de pasta fresca que aún reservaba. Lo cierto, es que este tipo de escenas me trastocan demasiado y al regresar a la carretera, iba dandole vueltas en mi cabeza, cuando de pronto me di un fuerte batacazo contra el suelo, a causa de un socavón que no pude ver envuelto en la oscuridad de la noche y cegado por la contraluz de los vehiculos que circulaban en la dirección opuesta. Parece que el diablo les enseño a asfaltar y habían convertido la carretera en una trampa mortal. Por suerte, no me hice ni un rasguño y pude salir ileso de aquel entuerto por mi propio pie. Sin embargo, mi bicicleta se llevó la peor parte, con una rueda doblada y el portalforjas trasero quebrado. De golpe y porrazo, nunca mejor dicho, me vi tirado en una carretera oscura con 40kg de equipaje que no podia remolcar. Unos 100m atrás estaba la primera zona iluminada, una gasolinera, lugar que me pusé de meta para trasladarme con mis pertenencias. El mótodo consistió en portear por etapas todo el material, para poder tenerlo controlado en todo momento. A mitad de trayecto me topé con un chico con una linterna que me ayudó a cargarlo todo hasta una habitación contigua a la gasolinera. Una vez allí, encendió una estufa para caldear el ambiente y llamó a unos colegas suyos que me ayudaron a repararlo. Aunque no pudimos arreglarlo del todo, al menos el apaño ya me permitia pedalear. Me ofrecieron que pasara la noche alli e invitarme a cenar, pero lo rechacé amablemente, pues preferiría pasar la noche en Tirane y así al amanecer, ya no tener que desplazarme para visitarla. Nos hicimos una foto, nos dimos el contacto y partí en mitad de la noche. A 10km de Tirane, cuando ya casi cantaba victoria, se escuchó la terrible explosión de una cámara trasera. Al comprobar que el pinchazo la había perforado unos 2cm, que no habia parche que lo tapara y que ya no me quedaban cámaras de reserva, no me quedó más remedio que arrastrar la bici a pie esos km restantes. Cuando llegué a Tirane sobre las 2h de la madrugada, ya no era ni mi sombra. Cené en un local de comida rápida y pasé la noche al raso en una estrecha callejuela, escondido detrás de un container de basura frente a una iglesia, dentro de mi saco para guardar el dinero para las reparaciones.

Al dia siguiente hice el cambio divisas y me informé de la ubicación del mecánico de bicicletas más próximo. Me recomendaron uno al que tenía que picar en su casucha particular. Me recibió un señor que derrochaba simpatía y manualmente muy habilidoso, que consiguió hacer una puesta a punto completa de la bicicleta a un precio irrisorio. Como gasté bastante menos de lo que en principio habia calculado me permití alojarme una noche en Tirane antes de continuar. Naturalmente, el precio también me ayudó a decidirme: 10€ (1400 lek). La habitación era amplia, limpia y confortable, el único inconveniente era que no contaba con conexión a Internet, por lo que me fui a tomar un café a un bar con wifi y de camino aproveché también para hacer la compra en un supermercado. En el bar unos chicos albaneses al verme con la bicicleta se acercaron a conocerme y después de explicarles mi viaje, me invitaron a unas cervezas. Entre brindis y brindis, hicieron un sinfín de preguntas, me recomendaron algunos lugares para visitar y también me enseñaron como chapurrear algunas palabrejas en albanés. Pese a la pobreza y al pillaje, ya podrían aprender de la hospitalidad albanesa en muchos de los paises económicamente más desarrollados. No olvidemos que Albania es el país natal de una de las almas caritativas más conocidas internacionalmente, la madre Teresa de Calcuta, a quien en su honor también se ha dado nombre al aeropuerto de Tirane y dedicado algunas estatuas. La acogida fue cálida, no hubo fría cortesía ni compromiso, sino una pasmosa familiaridad. Consiguieron que tuviera la extraña sensación de haber tratado con ellos durante toda mi vida. En aquella mesa. yo fui otro colega más. No obstante, como la noche anterior a la intemperie me estaba pasando factura y suspiraba por tumbarme, me tuve que despedir más pronto de lo deseado para irme a reposar a mi habitación. Allí, gracias al hornillo que por cuatro duros que había adquirido en una ferretería de Montenegro, para reemplazar el que había perdido en Rijeka, pude prepararme un plato de pasta caliente para cenar. Después de tanto bocadillo, todo un manjar.

Al salir del hostal, cuando ya pensaba en qué desayunar, la casera me ha regalado unas pastas caseras, típicas de Albania, recién hechas. La verdad es que por deliciosas me han sabido a poco, pero me han dado fuerzas suficientes para arrancar. Tenía ganas ya de salir de esta capital que podría definirse como un gran mercadillo de buscavidas tratando de rascar dinero a la desesperada, donde proliferan los puntos de venta ambulante del mercado negro patrocinado por el hurto, los carros que arrastran a las familias gitanas, en burro o en bicicleta, en busca de chatarra y la mendicidad profesional u organizada.

Urbanísticamente solo puedo destacar la bonita plaza del héroe nacional Skenderberg, con zonas ajardinadas, su escultura ecuestre y una impoluta iglesia ortodoxa, que en esa ciudad se encuentra totalmente descontextualizada. Parece que al menos alli, entre tanta podredumbre, se habían esmerado en conservar algún atractivo turístico.

El ruido, el trasiego continuo y un tráfico caótico me han hecho anhelar la paz y soledad de las montañas a las que me dirigía.

Entre Tirane y Elbasan, por enésima vez, ha vuelto a pincharse una rueda. La he reparado y al llegar a Elbasan, he preguntado donde había una tienda de bicicletas para comprar un par de cámaras de recambio. Entonces un anciano que circulaba en bicicleta, con gestos me ha indicado que le siguiera hacia el taller de un amigo suyo. Allí lo he podido resolver y este entrañable anciano se ha ofrecido a acompañarme hasta la carretera que debía tomar hacia Pogradec, mi próximo destino. Al llegar he querido corresponder sus gestos de amabilidad, invitandole a un café. Hemos intentado comunicarnos con mímica. A saber cuál es la realidad de lo que hemos comprendido, pero no importan las palabras, cuando la expresión y los actos hablan con tanta candidez. Ese anciano, había asumido por cuenta propia la responsabilidad de protegerme y se despidió con un fraternal abrazo, como si al estrecharme hubiera querido colocarme un escudo de invulnerabilidad. Consiguió emocionarme. Ya lo dije, creo nada es más bello en el hombre que la capacidad de conmover con sus actos. Cuando alguien se despoja de su cáscara para que puedas saborear su fruto interior. Creo que para abrirse uno debe estar orgulloso de ser quien es, de lo que contiene. A menudo, el recelo, el hermetismo, en lugar de la aparente desconfianza, encubren las propias vergüenzas. Como el hombre de hojalata, impenetrable, cerrado a cal y canto, para proteger de la vista ajena su vacío interior. Los buenos valores son tesoros que no pueden robarse. Quien los posee, desea abrir su puerta de par en par y con orgullo, para compartirlos.

Finalmente, segui pedaleando un poco más y acampé junto a la fachada trasera de una casa en obras para protegerme del viento. Al dia siguiente subí un duro puerto desde Librazhd que me recompensó al descender por la otra vertiente, con unas vistas espectaculares del lago Orid y las montañas nevadas de Macedonia que asomaban desde su orilla más apartada. Una vez al nivel del lago, a la altura de Lin, recorrí unos 20km más resiguiéndolo hasta Pogradec, donde pasé la noche en un hostal.

Mi último dia en Albania amaneció soleado. Desde Pogradec tuve que subir un puerto bastante inclinado de unos 7km, esquivando los carros cargados de paja que remolcaban los pobres burros explotados y obviando la desagradable costumbre de usar continuamente el claxón que tienen los conductores albaneses. Para más inri, las carreteras llenas de grietas en su margen derecho tienen un saliente en forma de canalón, que según me explicó el trabajador de una gasolinera, fue la chapuza que hicieron para pasar el cableado de Internet de un pueblo a otro. Luego, cerca de Korce, pude asistir a un mercado de ganado en que los hombres vociferaban, probablemente subastando sus ejemplares. Unos km más adelante paré a descansar en una gasolinera y con gran alegría, vi desde lejos llegar a Nicola, el chico suizo con el que había compartido un tramo:desde Croacia a nuestra entrada en Albania. Me dijo que venía de subir a pie una montaña nevada de 2500m y que de camino se había encontrado con un curioso predicador ataviado con traje blanco y montado en asno, que no había dejado de sermonearle. Después de una breve y animada charla, en que nos contamos nuestras experiencias por separado, cada uno volvió a retomar su propio camino.

Aproximadamente una hora después llegué a Bilisht, último pueblo albanés, muy cerca ya de la aduana. Me ilusionaba mucho la idea de llegar a Grecia. Cansado de llamar la atención involuntariamente, ansiaba recuperar la discreción. En Albania en pleno siglo XXI, un estrangero en bicicleta con alforjas, causaba el mismo impacto que para nosotros ver aterrizar a un astronauta desde su nave espacial.

Al cruzar la frontera, pese algunas molestias físicas por desgaste, la ilusión por el nuevo estado me mantenía enérgico. Además, por la cuenta que me traía, puesto que antes de llegar a Kastoria y sus lagos, debía atravesar una reserva natural de osos y lobos, entre otras especies, donde lógicamente no me convenía acampar. Por fortuna, los 30km en ligero descenso desde la frontera a Kastoria se me hicieron amenos. También me reconfortó el buen estado de la carretera, lisa como una pista de patinaje y que los vehículos en vez de pitar, adelantaban respetuosamente guardando la distancia lateral de seguridad. Si bien es cierto que también algunas personas me dieron la bienvenida, fueron mucho más comedidas que en Albania donde acudían con descaro o prácticamente se te abalanzaban. Verdaderamente se nota que voy pisando el substrato de nuestra civilización.


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