sábado, 9 de octubre de 2021

India


Ruta:
Delhi - Agra - Lucknow - Gorakhpur - Sunauli.

LLEGADA A DELHI

Apenas llevo unas horas en Delhi. El tiempo suficiente para conmoverme por completo. Os sitúo: 2h de la madrugada y tan sólo 20 km separan el aeropuerto del hostal donde nos hospedamos, ubicado en la ciudad vieja. No importa el cansancio acumulado, cuando nos rodean barracones tan infectados como el aura turbia del aire alrededor. No importa no haber dormido casi en los dos últimos días debido al puente aéreo, cuando nuestra bicicleta, como un velero impulsado por la suave brisa del viajero, atraviesa expectante la miseria en que de sobras sabe que por ahora no se quedará atascado. No, tampoco importa que la policía nos parara para darnos la bienvenida, ofreciéndonos una taza de té y su protección incondicional en caso de urgencia, santificándonos como las vacas que merodean a sus anchas por las calles. Nada importa, mientras observo consternado a mi alrededor la plaga de personas envueltas en mantas, que junto a los perros, entre la basura, cubren las aceras. En absoluto, nada importa cuando cualquier queja es tan sólo una burla indecente con que avergonzarte de la nimiedad tus "enormes" problemas. Esta noche tendré un techo, algo que llevarme a la boca. Esta noche huiré de la penumbra con el simple gesto de pulsar el interruptor de mi habitación. Esta noche siento mi afortunado paraíso aparcado a las puertas del infierno. Qué importa mi tristeza si mis lágrimas no riegan al sediento. Yo también estoy dolido, dolido de ver y sin embargo, carcajadas resuenan en el eco de mi llanto. Disculpadme, pero nada más importa, ¡cuando se tiene tanto que agradecer!

NORTE DE LA INDIA

Ruta: Delhi- Palwal - Agra- Gorakhpur- Sunauli

Actualmente, escribo estas líneas desde Pokhara, una apacible ciudad nepalí, a orillas del lago Phewa, frente al Parque Natural del Annapurna. Todo un balneario natural. Un ambiente fresco y saludable, en cuyos bucólicos paisajes, por fin he recobrado la paz. Esta ha sido mi primera oportunidad en lo que va de mes, de encontrar la calma necesaria para expresarme. Pues, desde mi llegada a Delhi, un cúmulo de factores adversos habían perturbado mi espíritu empujándome forzosamente hacia adelante como un ciclón a lo largo del territorio indio. Ahora que por fin se me permite mirar atrás, trataré de recomponer mi propia persona, al par que los principales pasajes de esta atropellada vorágine. 
Como describí a mi entrada en India, siendo mi primera incursión en el tercer mundo, quede sobrecogido por la normalizada miseria. Situación que, lejos de la adaptación, en todo momento, se me atragantó y que aun a día de hoy todavía no he conseguido digerir. Se podría decir que, como un velo gris, similar al de la polución que empana la bóveda celeste de Delhi, la ciudad mas contaminada del mundo, el exotismo se nublaba a mi mirada, difuminando las mas pintorescas formas tras el nítido impacto ante la necesidad. El norte de India ha resultado ser toda una explosión sensorial, un lugar donde la saturación de contrastados extremos, entre ellos una asumida desigualdad, genera una controversia emocional que difícilmente puede dejarte indiferente. Un país cuya furia te sacude, obligándote a sentir y que por tanto, necesariamente te transforma. Al menos, estas fueron algunas de las impresiones, extraídas a lo largo de nuestros múltiples paseos, partiendo de Main Bazaar, zona comercial en que se ubicaba nuestro hostal. Partiendo de nuestro cuartel general, cada mañana al despertar, salíamos a curiosear bajo un despiadado astro solar, repitiendo religiosamente como un mantra, siempre las pautas de un mismo ritual. En primera instancia, tras saludar a modo de rezo juntando las manos con un ”namasté” al carismático yogui, que constituía, en sí, prácticamente un símbolo de la estancia, debíamos contener la respiración para atravesar una letrina publica en que el hedor a orín concentrado y las moscas atraídas por los generosos frutos de las defecaciones nos apremiaban a acelerar el paso. A continuación, la diversidad mercantil de Main Bazaar se desplegaba ante nosotros dispuesta a seducirnos como un alegre grupo de coristas, trayendo consigo el embriagador aroma del sándalo o de las especias elaboradas artesanalmente. Como en el mas estresante videojuego, nuestros cuerpos, a falta de espacio vital, deberían sortear infinidad de obstáculos, agudizando los sentidos, potenciando al limite la atención y los reflejos, para salir airosos, tanto del caótico trafico de vehículos como del asedio de los vendedores ambulantes y transportistas de rickshaws o tuctus, que abducidos por la invisible marca del dolar impresa en nuestra blancas frentes jamás iban a cesar en su empeño. Naturalmente, el color de nuestra tez como una tasa mas, encarecía el importe de cualquier producto o servicio, por lo que en caso de estar interesado en alguna compra, como nunca, se hacia imprescindible el regateo. Al mismo tiempo, el bochorno, por su parte, potenciaba la sensación de agobio y bañados en sudor, presos del efecto rebote, por fortuna para los vendedores de refrescos, para no desfallecer continuamente debíamos mantenernos hidratados. Entonces, bajo un sol de justicia, pocas eran las gratificaciones percibidas por nuestro casi derretido cerebro. Ocasionalmente la vista, como en un oasis, conseguía deleitarse con los llamativos colores de los saris que vestían las mujeres, con las pasteles tonalidades de las amontonadas especias o con los vistosos estampados del textil expuesto en las tiendas de ropa étnica, que como los majestuosos templos que visitaríamos, rara vez colábanse entre el uniforme cúmulo de residuos cuya infección inminentemente nos cercaba. Entre tanto ajetreo, en un hondo suspiro, pronto llegaba la hora de comer y como no podía ser de otro modo los platos locales, volverían a saturar un nuevo sentido, esta vez, el gusto, con los intensísimos sabores, por lo general picantes, de las recetas locales elaboradas en deplorables condiciones higiénicas. Aceites recalentados con espesos posos, ingredientes caducados depositados en recipientes sucios e infectados a buen seguro por todo un catalogo de distintas bacterias que más que para el paladar podrían hacer las delicias de un apasionado biólogo. Lugares donde un inspector de la OMS moriría del susto, horrorizado. No obstante, cometimos un grave error y a fin de ahorrar, atraídos por el irrisorio precio en relación a las sucursales internacionales de comida rápida o los restaurantes de categoría, por lo general, optamos por elegir diariamente un thali, menú de 75 rupias, a base de arroz basmati, acompañado por 3 tipos de salsas diferentes, yogur ácido y un estofado, en cualquier callejero bar. Todo ello servido en una bandeja de plata con diferentes compartimentos, al mas puro estilo comedor escolar de primaria, q el camarero se encargaba previamente de ensuciar al pretender limpiarla con un mugriento trapo. Los días en que me sentía más osado, incluso pedía lhassi, una bebida láctea edulcorada, ignorando que su leche derivara de las sagradas vacas que había observado nutrirse en los estercoleros. Cada digestión fue una gran batalla contra el calor, el picante y el estado de los alimentos, hasta que finalmente perdí la guerra. Tanto arriesgué en mi aventura culinaria, que enseguida termine enfermando a causa de un virus que implacablemente ataco mi estomago y que acompañado de unas décimas de fiebre, junto al sofoco, en adelante me impediría tanto dormir como ingerir cualquier tipo de alimento o bebida. En mi maltrecho organismo, no inmune a las bacterias locales, habían penetrado la infección y podredumbre externas, por lo que el mínimo sorbo o bocado, como un raudo boomerang, de inmediato era rebotado en vómitos. Al anochecer, el calor tanto de la fiebre como ambiental me abrasaba la piel impidiéndome conciliar el sueno y tras mas vueltas que un tiovivo en mi cama, de madrugada, en vano, salía a pasear en solitario para ventilarme envuelto en la casi palpable densidad del espeso aire que lentamente asfixiaba mis pulmones. El panorama nocturno, era aun mucho mas dantesco y desolador, mientras me abría paso en la oscuridad esquivando la infinita serie de cuerpos hacinados, algunos puede que vencidos ya por el sueno eterno y las ratas que acudían en masa a congregarse a los vertederos, junto a los enfermos y tullidos, como en un colectivo festín. A menudo, la tos de los tuberculosos, ocultos en cualquier recodo, me sobresaltaba o me cruzaba con los jornaleros nocturnos que casi como muertos vivientes, como un milagro de la física manteníanse en pie y que, en su mas que evidente desgaste, todavía eran capaces de sostener sorprendentes cargas y volúmenes sobre su cabeza. Por su parte, los conductores de rickshaw dormitaban sobre sus vehículos tras las extenuantes jornadas, en incomodas e inverosímiles posturas, con tal de proteger a toda costa su fuente ingresos. Durante el día los había podido observar en el ejercicio de su servil profesión, poniendo a prueba sus escuálidos cuerpos al cargar al señorito de turno en la cabina. Verlos asfixiarse en las cuestas, contrastando el dolor en sus rostros con la relajada expresión de los clientes, me había removido tanto, que pese a advertir como ese dinero pudiera parchear su desesperación, ante la irresistible tentación de ayudarles personalmente a arrastrar su vehículo, me jure a mi mismo jamas ocupar una de esas malditas cabinas. Desde entonces, a falta de un buen remedio para la cuestión, di mi espalda definitivamente a lo que representa para mi un oficio mutuamente degradante, tanto para el que lo ejerce como para el que lo solicita. No debemos olvidar que solo unos billetes de papel crearon toda esa diferencia, los mismos que en ambientes mas sanos, como las sociedades tribales, únicamente hubieran servido para alimentar las llamas. Poderoso caballero don dinero y sin embargo, por los menos en mi, ¡aun te queda tanto por conquistar! En fin, después de haber ahondado lo suficiente entre el meollo de la India mas autentica, como novedad en mi viaje, a modo de excepción, esta vez recomendaría ceñirse estrictamente a los circuitos turísticos. Destacando especialmente, en la capital india, el Akshardam un espectacular templo hinduísta ubicado en la periferia que había sido sin dudarlo por la complejidad, creatividad y perfección de su infinidad de detalles, la muestra arquitectónica mas asombrosa que en mi vida hubiera podido contemplar. Otras zonas de incalculable aunque parcelada belleza, fueron la mezquita de Jama Masjrid, la mas grande en India, el temple del loto, original estructura en forma de la homónima flor, cuyo interior alberga un concurrido centro de meditación o los hermosos jardines del Raj Ghat, mausoleo de Mahatma Gandhi, aunque quizá hubieran sido demasiado ostentosos para su gusto. En vida, esta alma grande, fue el principal estandarte de la no violencia y practico un riguroso ascetismo, por lo q no se comprende que paradójicamente la losa negra que simboliza el lugar exacto en que fuera incinerado, aparezca custodiada por un par de policías armados hasta los dientes, donde si lo deseas un fotógrafo profesional puede hacerte un retrato personalizado por unos pocos billetes en cuyo anverso, para mas inri, su inmortal imagen también aparece representada. Gandhi inscrito en el mas sucio de los lienzos, el dinero, casi como un icono del materialismo, también muy a su pesar. Supongo, que a falta ideas mas pertinentes, el mejor homenaje hubiera pasado simplemente por seguir teniendo presente su valioso mensaje. 
Llevábamos aproximadamente una semana en Delhi y aunque mermado físicamente, en ausencia de un lugar adecuado para el descanso, había llegado la hora de iniciar la ruta hacia Agra. La llanura indogangética, hubiera sido en cuanto al desnivel, una zona ideal para la practica del ciclismo, sino fuera porque otros factores como el ambiental (media de 45 grados) o logístico, (imposibilidad de acampada en los campos plagados de cobras y mosquitos portadores de dengue y malaria. Todos ellos de picadura mortal), mucho mas determinantes, terminarían por cancelar la rodada en Palwal, a unos 140km de Agra. Allí, tomamos un tren regional, no sin antes recibir la emboscada de unas 200 personas que como si de un espectáculo se tratase, nos rodearon junto a nuestras bicis clavándonos la mirada durante aproximadamente una hora en el andén de la estación. Fue la situación mas embarazosa de mi vida. Sin comerlo ni beberlo, mi falta de espacio, si cabe, aun se había reducido mas y sin embargo, como todo percance, tocaba resolverlo con comprensión lo mas elegantemente posible.
Para mi, que siempre me he hallado cómodo en la discreción, aquella era una despiadada tortura y no obstante, estaba obligado a resignarme a mi nueva condición de atracción de circo. Recuerdo que entonces, mas allá de la paciencia, literalmente me derrumbe. Si, apoye mi cuerpo en un muro y lentamente me deje caer. Desde el suelo procure sostener mi mirada perdida sobre un pilar que como yo con entereza sostenía una carga muy superior a su propio propio peso. De vez en cuando un ave transitaba la porción de cielo que se me ofrecía y atrapado como me hallaba por la gravedad, pensé en cuanto hubiera deseado entonces poseer sus alas. De pronto, el molesto zumbido del tren, como la mas melodiosa canción acudió al rescate, quebrando la tensa eternidad y al ponernos en pie, un policía como Moisés abriendo las aguas del mar rojo, despejo un angosto sendero entre la multitud hasta la misma entrada al vagón de pasajeros.
Una vez dentro, me abandoné en una litera superior, dando la espalda a la nueva ornada de curiosos que previsible e inevitablemente ya se habían agolpado alrededor. Necesitaba con urgencia descansar y por tanto, se podría decir que lamentablemente para los visitantes la embajada personal estaba cerrada por reformas. 
Llegamos a Agra al anochecer. La ciudad era, en la misma tónica de Delhi, un insalubre ecosistema, un horroroso marco infrahumano, no obstante, habitado por innumerables almas. Para resumir, pese a la absoluta sequedad ambiental, seguía lloviendo sobre mojado. Tras recorrer algunos hostales exclusivos para locales, en que surrealistamente de acorde al nivel de pobreza, rechazaron nuestro dinero, nuestros huesos fueron a parar a un modesto hotel, en que el trato recibido, compenso con creces el desfile de cucarachas que sin permiso alguno pretendieron adueñarse del baño. Al día siguiente, como había planeado nos dirigimos al hospital de Agra y tal y como había imaginado, un gran numero de enfermos mucho mas graves que yo retorcíanse, en la cola que pacientemente debía aguardar, así que en un impulso abandoné afectado la estancia y pedí medicación, sin receta, directamente en una de las farmacias colindantes. Expuse los síntomas y me suministraron unas pastillas. Siempre he creído en los beneficios del Ayurveda y las medicinas alternativas, aunque esta vez se trataba de una botica al mas puro estilo occidental, cuyos prospectos, para mayor tranquilidad, pude comprobar en internet. 
Lejos del disfrute, el Norte de India se había convertido para mi, en un calvario del que deseaba alejarme cuanto antes, de modo que como operación salida, empecé a trazar la vía más rápida de escape, que finalmente resultó ser un tren Agra- Gorakhpur, con el que me plantaría a escasos 96 Km de Sunauli, el pueblo fronterizo con Nepal. Sin embargo antes, de esta huida programada solo restaba en India la ultima cita ineludible con el ya vecino Taj Mahal, una de las 7 maravillas del mundo moderno, que desde siempre había sonado visitar. Según cuenta la leyenda fuera el regalo que el emperador musulmán Sha Janan de la dinastía mogola mando construir mediante la explotación de 20 000 esclavos para honrar la muerte de Arjumand Bano Megum, su esposa favorita, mas conocida como Mumtaz Mahal (apellido que da nombre al complejo) que murió al dar a luz su decimocuarto hijo. El complejo de edificaciones perfiladas básicamente en mármol blanco fue en origen un fruto del amor, entregado por extensión a la humanidad y yo sin embargo a pese a la admiración que esta obra suscita, considero que este tipo de templos deberían caerse por vergüenza, siendo cada losa de mármol entregada como donativo a alguno de los orfanatos locales. De hecho, existen estudios científicos que preveen que la propia infección del rio Yamuna en un futuro podría debilitar su estructura hasta derrumbarla. Que difícil resulta alzarse impunemente por encima de la podredumbre. Tomen nota también los políticos y capitalistas neoliberales a quienes les interesa perpetuar esta desigualdad. Si, en efecto, esos genocidas, que abogan por diezmar la población no productiva, deben saber también que la podredumbre que han generado, a través del dominio de las mentes, tarde o temprano, acabará por salpicarles también. Un engranaje perfecto para la manipulación, basado en el conformismo y el sistema de castas, que usa la religión como moneda de cambio, ha logrado que como se afirma en un interesante articulo que recientemente leí, los pobres incluso se avergüencen de serlo. “Agacha la cabeza y obedece, resígnate a vivir lo que te corresponde en esta vida, que tan poco importa o recibirás tu castigo en la próxima tras la reencarnación”. Ese es el mensaje que subliminalmente narcotiza a la población india y aunque dentro de esa interiorizada jerarquía, como turista blanco yo resulte beneficiado, reniego del supuesto privilegio de mi rango, como ya lo hiciera en declaraciones su mayor gurú: Mahatma Gandhi, quien afirmó que de volver a nacer hubiera preferido ser un intocable. Aborrezco enormemente también como todo termino clasista, el trato de sir, al que debieron acostumbrarles los prepotentes colonos ingleses con el que se me dirigen, mientras que como dijera el gran Eduardo Mazo, no dejo de pensar en que “No es justo. No es justo que medio mundo se muera de hambre y yo no”. Para terminar, aprovechare también para desenmascarar algunos de los verdaderos reclamos que lamentablemente siguen inspirando la visita de esta región. El turismo aquí me parece una frivolidad, un escaparate a la pobreza donde acudir para satisfacer la mas enfermiza morbosidad. Algo así, como acérquense por favor, vengan a ver en el próximo número a los tullidos arrastrándose para cruzar la calzada. Por otra parte, en mi opinión, resulta vergonzoso también, el esnobismo del gran número de hipiescos occidentales que atraídos por la estética étnica, ajenos a la problemática social, vienen a afiliarse a alguno de los múltiples ritos espirituales. No obstante, mis respetos para aquellos que no priorizando sus prácticas, hayan venido también a tender su mano. Admito que este lugar me ha trastornado a todos los niveles y que por salud, tanto física como mental, he debido abandonarlo cuanto antes. La razón es muy simple. Yo en mi viaje andaba buscando la belleza. Una belleza que aquí también se pudrió infectada. Por lo tanto, para mí solo tendría sentido regresar si quisiera dedicar mi vida a aportar mi granito de arena, consciente de la imposibilidad de la utópica regeneración global de un país que, al igual que en las impolutas fachadas de sus templos precisaría, también de una casi completa rehabilitación, basada principalmente en la educación, higiene e infrastucturas, Como dijera Facundo Cabral, el servicio es la felicidad segura, mas primero uno debe estar capacitado en la medida en que da. Volviendo al viaje en sí, nada había resultado fácil en India y por supuesto tampoco mi huida iba a ser una excepción. Aun así, no me quejaré por el hacinamiento padecido durante las mas de 36h horas de pura claustrofobia en el estrecho pasillo del vagón. Tampoco por la colisión frontal de mi tren contra otro que se saldó con la muerte de al menos 40 personas. No lo haré, porque afortunadamente, he podido salir ileso de este infierno colectivo. No lo haré, porque al fin y al cabo, como bien sabía, yo solo estaba de paso.

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