El milagro de la vida tuvo origen en una espontánea reacción química entre microorganismos, bajo unas condiciones ideales mediante la protección de una atmósfera a la distancia solar adecuada. La segunda ley de Lavoisier aplicada a la lógica universal sostiene que la energía no se crea ni se destruye, sino simplemente se transforma. Hecho que, bajo el mantenimiento de esas mismas condiciones ambientales, avala una naturaleza regenerativa, incluso resiliente, que pese al castigo sometido, sabe enmendar sus heridas, como corroboran las raíces de Angkor profanando sus templos o el descenso polutivo y la reconquista urbana de la fauna salvaje durante estas cuarentenas. Por tanto, más allá del poder ilusorio de la humana necesidad de trascendencia, seguimos sin tener indicio alguno para identificar el ocaso planetario o cósmico con el de la humanidad, sino más bien para opuestamente pensar que ante una hipotética extinción de nuestra especie, la naturaleza, de la que puntualmente formábamos parte, adoptando nuevas formas, nos sobrevivirá.
miércoles, 6 de octubre de 2021
La ilusión de poder antropocéntrica
Fruto de la vanidad de una visión antropocéntrica, a menudo se confunde el fin de la humanidad con el de la Tierra, incluso del Universo, confinado en el concepto "mundo". Ampliando perspectivas, me gustaría recordar que los escasos 400.000 años de antigüedad evolutiva del Homo Sapiens, nos convierten en una especie recién llegada en términos geológicos. En mi opinión, en absoluto fuimos, somos o seremos los dueños del mundo, sino por el contrario tan sólo huéspedes, probablemente pasajeros, que transitan, aplastándola, la superficie de nuestro "querido" planeta, el cual es, a su vez, un punto insignificante en relación a la creciente expansión del universo.
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