Nos dijeron que crecer era alejarse,
que el futuro estaba más allá,
en la cima, en la nube,
en esa velocidad que nos detiene.
Pero nadie preguntó si aún sentíamos
nuestro descalzo caminar.
Nos llamaron retrógrados por mirar la tierra,
por escuchar el silencio,
por sembrar sin prisa,
por compartir sin códigos QR.
Y sin embargo,
hay una revolución en volver;
no como retroceso involutivo,
sino como un sagrado retorno
a lo esencial:
el pan, el tacto, el asombro.
El progreso, el auténtico,
no es dirigirse al abismo
con los ojos vendados de píxeles,
sino detenerse a tiempo
y preguntarse:
¿qué hemos olvidado en nombre del mañana?
Volver a los orígenes
no es repetir el pasado,
sino rescatar en él las ascuas de lo humano,
y ¡descapitalizar el alma!
La mirada sin cálculo,
la palabra sin venta,
el tiempo sin medida:
la raíz del porvenir.
Qué osadía,
sobrevivir a los golosos dígitos,
como si la vida importara todavía.
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