Para ser aceptados, los mayores quieren parecer jóvenes y los jóvenes se burlan o admiran su intento.
Acaso ignora tan vano privilegio la bella historia que la piel nos cuenta.
Prosigue la belleza inadvertida, como si los años pudieran frenarla.
Vuelve el síndrome del emperador.
Impera la tiranía de una edad temprana
y la cosmetica olvida que las arrugas más decrépitas residen en el alma.
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