Me lamentaba recordando Lhasa. ¿Qué fue de la ciudad prohibida que al fin se habían permitido?
De espíritu en Daramshala, la fuerza había impuesto su condena a la uniformidad. Salvo por sus escasos reductos en pie, el encanto ancestral yacía a la sombra de enormes edificios.
De igual modo, daba la sensación que el mundo entero se tornaba una feria al servicio de las corporaciones, sin distancias para desmarcarse.
Pensé que tal vez fuéramos los últimos testigos que asistieran al crepúsculo de la esencia.
A partir de entonces, qué sería de la aventura de viajar.
Aunque el turismo y el comercio fijaban muchos pueblos en el mapa, sin fuga hacia la diferencia, quien querría desplazarse para mantener el escenario.
Estaban creando un plato único fusionando todas las culturas. La amalgama era indigerible.
El gusto se atrofiaba, pronto todo nos sabría a lo mismo.
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