miércoles, 6 de octubre de 2021

Intrapunitismo en la exculpación del régimen

"No hiciste buenas elecciones, tuviste buenas opciones" apunta un fragmento de Little Fires Everywhere.

Pues qué saben, quiénes crecieron entre algodones, de cuánto su cosecha puede llegar a magullarnos.

O del propio azar del que advertía Borges de no haber nacido ciego.

En plena era del positivismo de autoayuda, se promueven las máximas de responsabilidad individual y al margen de la obviedad de que nuestra actitud fundamenta en parte la arquitectura de nuestro destino, sin duda sería injusto ignorar que también elementos externos, tales como el poder adquisitivo, la salud innata o las libertades políticas, son determinantes para el desarrollo de la condición humana.

Schopenhauer nos recordaba que "el destino reparte las cartas, pero somos nosotros quiénes las jugamos". Si bien es cierto que unas malas cartas podrían ganar la partida, en la competitividad del libre mercado, una carrera entre descalzos y calzados con zapatillas de última generación, es evidente que no todos parten de un mismo privilegio que les impulsa en adelante. Tengo la impresión de que en general, la pobreza económica es hereditaria, salvo contadas excepciones qué no debieran asentar el espejismo del sueño americano. Ortega y Gaset aclaraba bien este punto: "Yo soy yo y mis circunstancias. Si cambian las circunstancias, cambio yo". O acaso, por ejemplo, fuera lógico haber responsabilizado a una víctima del holocausto de su situación.

Podemos comprobar que, en la práctica, intrapunitismo o extrapunitismo son igualmente penitentes. Así que, dentro de lo posible, deberíamos situarnos a salvo entre esos dos abismos: victimismo e inculpación, pues el poder de influir en nuestras circunstancias no implicaría caer en la ingenuidad de una falsa sensación de control. El azar sopla en el viento cuando saco mi cometa a pasear. El rumbo es un pulso entre su fuerza y mi destreza. Tratando de sujetar el sedal, la voluntad y el destino, corrientes que sin aviso viran. Vuela la libertad empujada, mientras aún resista, el fino hilo que nos mantiene al mando.

El universo conspirando en la alquimia de Cohelo, el Secreto de Ronda Byrne y una extensa biblioteca de volúmenes huecos, proponen toda una suerte de curandería espiritual sin más razón que la de sumarse junto a las farmacéuticas al lucrativo negocio de la depresión. No creo en milagros más allá de la capacidad interna para llegar a hacerse amigo de uno mismo, cada uno a su manera, con el fin supremo de contribuir al bienestar común. "Sé tú el cambio que quieras para ti en el mundo", nos sugería un alma grande. Y para ello, improvisar sin otro manual que la firme determinación de hallarse, de lidiar con nuestra mutante identidad y el peso de la incertidumbre, de reconciliarse con la vacuidad de la existencia hasta darle un sentido, aunque careciese de él. Quizá hacerse camino al andar como Machado y a cada paso agregar un granito de pasión espontánea al mándala de lo efímero, un nuevo verso grabado en agua que sin rastro nos libere de superfluas ambiciones, hasta aplicarnos los motivos del árbol para elaborar sus frutos. 

El Dr. Wayne Dyer en sus zonas erróneas nos repetía de nuevo el manido mantra acerca de la responsabilidad: "Echar la culpa a los demás es una artimaña para no asumir la responsabilidad de lo que nos ocurre en la vida". Obvio, pero me siento tentado a replicar la generalización, ya que visto a la inversa, en ocasiones, en un refuerzo ético, también se llama a la responsabilidad en una artimaña para la obediencia, tan conveniente para la perpetuación de régimenes coercitivos.

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