Las palabras reprimidas afloran para cubrir su ausencia y aplausos mudos repican con arrepentimiento.
En cuanto la ceremonia concluye, la multitud se dispersa y las pasajeras conciencias recuerdan su deber de honrar a tiempo a los vivos. Entonces, como una efímera aleteando rumbo al olvido, la oportunidad recupera su fugaz sentido.
Sin embargo, otra vez más seguiremos viviendo con reservas como si en un tarro pudieramos conservar los afectos.
Tanto apremia la nostalgia póstuma que para entregarnos al prójimo, preferimos aguardar su memoria a un encuentro.
Sellan más descuidos que envíos, aquellas cartas que nunca escribimos y así, diluidas como letras en el tintero, los condolientes pronto olvidarán su promesa.
Hagamos de este viaje un homenaje a los vivos, derrochando unidos, compartiendo latidos sin recibo.
Qué desperdicio la usura, lo guardado perece, los muertos renuncian, a cuánto los vivos merecen.
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