Los miembros arrancados se precipitaban sobre la laguna de la historia, dibujando anillos concéntricos. Mientras las hojas y frutos más ligeros se agrupaban a flote, solo el peso de la curiosidad lograba traspasar la superficie.
Pensé en el dogma genocida, en los incontables juicios del progreso.
El de Galileo por descentralizar el ego
o el de Sócrates por alejarnos de los Dioses.
¡Qué herejía! El ostracismo era, en el fondo, el alto precio de caer tan bajo.
Era estadístico. La banalidad congrega, la profundidad aísla.
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