Y sin embargo, le cohibía expresarlo. Cómo iba a reconocer su agrado, si aún no había sido validada. Cómo iba a consentirse la osadía de emprender ese riesgo.
La opinión pública era una estela que orientaba a navegantes, las huellas de una senda segura. Solo ella concedía el privilegio de la posteridad. Solo ella podía rescatarla del olvido. Cuántas obras excelsas, pendientes de aprobación, se habrían extraviado en el camino. Cuántas jamás habrían visto la luz. Al margen de un consenso, la historia también era, por descuido, un sacrificio de belleza inadvertida.
De entre lo mostrado, solo lo aceptado trascendía, porque de lo aceptable, solo se aceptaba lo aceptado.
El criterio personal estaba supeditado a lo establecido por unanimidad.
El ser humano era un animal gregario. Su pastor era el rebaño.
El esnobismo, una extraña ceguera que admitía solo valorar lo consagrado.
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