Desde entonces, en una alegre decencia, brota una carcajada por cada lágrima que me guardo.
Sé que después de todo lo que he visto,
no tengo derecho a quejarme.
Esa felicidad se la debo.
Bajo el reino del cálculo, me reservo el valor de la mirada. Rendido al rendimiento, acudo a la melodía de vivir, sin peso, ...
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