Desde entonces, en una alegre decencia, brota una carcajada por cada lágrima que me guardo.
Sé que después de todo lo que he visto,
no tengo derecho a quejarme.
Esa felicidad se la debo.
Nuestro mayor miedo no es que no encajemos, nuestro mayor miedo es que tenemos una fuerza desmesurada, es nuestra luz y no nuestra oscurida...
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