De pronto, la calma se tensa como un arco y sus flechas llegan al corazón, hiriendo la quietud celeste. La intuición, pitonisa de la mente consciente, autora de su ciencia- ficción más realista, como tórtola mensajera, porta en sus patas el cambio.
Una vez más, se presiente el regreso a un ciclo vital constantemente renovado: contemplar, meditar, desvanecerse bajo el sol en un enigma entre el silencio y la belleza, como gota en el vapor brumoso sobre el lago y de repente, reaparecer transformado sobre los pies con el ímpetu de la lluvia que golpea la superficie, abriendo su camino espontáneo, imbuida por un flujo de nuevas oportunidades.
Por ello, al fin de una serenidad profunda, cuando la rutina suspira sus comodidades, escapo a la aventura de recobrar el aliento tras perderlo.
Ya comprobé, estremecido, que tal como el agua al cuerpo, en una fría ducha de verano, también un ardiente sudor sabe como refrescar al alma. La piel se eriza, incluso los poros que depuran la desidia, como partos de flor, en un grato esfuerzo, se abren junto al corazón, en la primavera de una felicidad incómoda.
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