El dogma es esa esponja que te absorbe el pensamiento y luego lo seca.
Las huellas son señales ajenas, extravíos como el nuestro en el rastro de una búsqueda errante. En el enmarañado garabato de su trayectoria, considera cuántas veces nos perdimos tratando de encontrar la senda adecuada entre los bucles que escarban la tierra de la conciencia. De igual modo, lazarillos de su propia incertidumbre, ellos también dieron palos de ciego, como el topo que topó su salida entre oscuras galerías.
Es una elección elegirse, crear o recrear el camino, dejar que nuestra sombra avance entre los seductores reflejos del alba o recorrerlo, transitándonos por dentro y por fuera, al mismo tiempo a cada paso.
¿Es lícito reclutarse en la certeza instructiva para desertar de las confusas milicias del alma? Ser un delirio obstinado y curvo, orientado como el sauce a sus raíces o el cuello erguido en la obediencia del soldado. Ser la flecha o el arco.
Qué admirable, aquel brote que osa encarar el cielo desde sus mustias entrañas, quebrando un tronco hueco y carcomido. Aquel caminante que supo alcanzarse como su propio destino.
Sin embargo, de veras prefieres dejarte atrás para caminar en sus zapatos. Ellos tuvieron otro ritmo, otra mirada, otra niebla, otro latido, otra brújula en su viaje. Por mucho que te inspiren, no hagas tuyo su relato. No renuncies nunca a la poesía que tu espíritu encierra, sea cual fuere, como ni siquiera detiene la urraca su graznido por más que el ruiseñor deleite.
Mas tampoco es libre en su estrechez de miras, aquel indiferente confinado en sí mismo o que beba sólo de alguna fuente del conocimiento.
Yo soy un remolino en el que todo penetra, sensible como una membrana, mientras aspiro a una libertad tan amplia como la vista de un halcón que todo lo observa, para dirigir hacia adentro su mirada.
Como un soplo vacío deseamos ser guiados por alguna corriente hacia el viento de la libertad, mas ser libre es no seguir a nadie, sino encenderse una chispa para llegar a la caverna del ser junto a la propia llama.
El pensamiento es el molde arcilloso que esculpen las manos de la consciencia. Húmedo y viscoso en curso a una frágil solidez, mutando en el torno inquieto de los acontecimientos, agitado por el giro constante del mundo.
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